Son muchas las personas que piensan que la agresividad “aparece” así sin más. No comprenden por qué se ponen agresivos y alterados, a veces por cosas insignificantes.
De hecho, cuando se les pregunta por las razones de su agresividad, las personas que se ponen agresivas suelen decir: “No lo sé. Lo llevo dentro. Siempre reacciono de esta misma forma. No tiene nada que ver contigo, me pasa lo mismo con todo el mundo”. Al no comprender cómo se genera la agresividad, es fácil que nos sintamos desbordados y pesimistas ante la posibilidad de llegar a dominarla. El modelo explicativo de la agresividad consta de cinco elementos y se aplica a todo el mundo sin excepción. Sería conveniente que le pidiésemos a nuestro profesional de la salud mental que nos ayude a comprender cuáles son los mecanismos en base a los cuales se desarrolla nuestra agresividad:
Desencadenantes + Valoraciones
El desencadenante constituye el primer elemento de la secuencia. Puede ser algo que otra persona dice (“Eres un vago”) o hace o deja de hacer, como cuando un padre descubre que su hijo no hizo los deberes. Puede tratarse de un pequeño incidente, como cuando inesperadamente un jefe le pide a un empleado que se quede hasta más tarde.
O puede tratarse de un incidente importante, como en el caso de los malos tratos. El desencadenante no tiene por qué ser un acontecimiento externo. Puede ser un recuerdo del pasado, como en el caso de recordar un día maravilloso con nuestra pareja que ahora se ha vuelto indiferente, o bien un acontecimiento de primera magnitud dentro de la historia, como la esclavitud o el holocausto. Cada uno de los desencadenantes es sometido a una valoración o evaluación. No es frecuente que alguien se limite a “pensar” sin más en el desencadenante. Por ejemplo, cuando se descubre que un hijo suspendió un examen o ayudó a un vecino en las labores de jardinería, el desencadenante es clasificado en la categoría de “bueno” o “malo”. Cuando descubrimos que un amigo está diciéndole a los demás que somos “de fiar” o que “hay que desconfiar” de nosotros, el incidente también es clasificado. Desgraciadamente, los desencadenantes suelen ser sobrevalorados y magnificados más allá de toda proporción. La agresividad suele estar provocada por estas sobrevaloraciones. Consideremos el caso, por ejemplo, de que un amigo nos prometió que pasaría a recogernos a las siete de la tarde para ir al cine. Son las ocho menos cuarto y todavía no ha llegado. De hecho, no aparece. Cuando lo llamamos, nos dice que se le había olvidado por completo. La acción llevada a cabo por el amigo puede ser calificada de excelente, buena, agradable, mala, absolutamente repugnante o catastrófica.
La mayoría de las personas estarían de acuerdo en que “mala” sería la valoración más racional. Ahora bien, todos conocemos a personas que magnifican los hechos y dicen algo así como: “Fue algo extremadamente desagradable, no logro asumirlo. Mi amigo debería haberse acordado. ¡Qué estupidez por su parte!”. Valoraciones como éstas suelen ser una causa frecuente de agresividad.
Experiencias + Estilos de expresión
La experiencia de la agresividad constituye el elemento personal de la secuencia. Consiste en nuestros pensamientos e imágenes privados, subjetivos, así como en nuestros objetivos de cara a la resolución del problema. Nadie conoce esta “conversación con nosotros mismos”, salvo nosotros. Nuestra agresividad subjetiva puede ser de leve a muy intensa y puede que nos sintamos agresivos rara vez o con mucha frecuencia. Además, cada persona tiene una pauta o estilo único de expresar la agresividad. Unos chillan, gritan y sueltan todo tipo de despropósitos. Otros se sienten abatidos o ponen mala cara. Aveces la agresividad desaparece en un plazo relativamente breve. Algunas personas, sin embargo, se dedican a darle vueltas al incidente durante horas, días, meses o incluso años. Suelen decir con cierto orgullo: “Soy como los elefantes, que jamás olvidan”. Analicemos con nuestro psicólogo cuál podría ser nuestro propio estilo, dado que estos estilos tienen unos costes reales.
Consecuencias
Nuestro psicólogo nos pedirá que analicemos los efectos de nuestra agresividad. A
corto plazo, puede que nuestros familiares o nuestros compañeros de trabajo se decidan a hacer lo que les pedimos cuando actuamos de una forma agresiva. Alargo plazo, puede que perdamos el respeto de las personas a las que hemos hecho blanco de nuestra agresividad. Y puede que también suframos de otra forma como, por ejemplo, padeciendo problemas médicos. Preguntémonos qué es lo que pretendemos lograr con nuestra agresividad y si no habría una forma mejor de alcanzar nuestros objetivos. Y recordemos que nuestro profesional de la salud mental es un experto.
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Tomado de: [Howard Kassinove y Raymond Tafrate, psicólogos. El Manejo de la Agresividad: Manual de Tratamiento Completo para Profesionales © 2002]